La tortuga es conocida
por muchas cosas: la antigüedad en la tierra, su longevidad, el
enorme caparazón que le protege de cualquier depredador, la
paciencia, o su tranquilidad. Pero es su movimiento rítmico
hipnotizador el que tiene al gato Paul con un estado tensional
alterado en todo momento.
Está decidido, atacará
de un momento a otro; o tal vez no. Paul es impredecible. Sigue a su
instinto más que a cualquier otra cosa, porque es un gato y, como
felino, actúa en consecuencia. Ya olvidó a Desiré, y eso que sólo
hace dos días que no se pasea junto a él, por las copas de los
árboles, evitando a Carrie, el pastor alemán que no sabe morder, ni
puede arañar, pero lo intenta.
Carrie se desolló las
palmas de las patas delanteras de tanto rozarlas con el árbol
preferido de Paul, pero desde que desapareció Desiré, el interés
de Carrie por Paul se desvaneció. Ahora Carrie prefiere jugar con la
tortuga, y como un felino, se cree esconder en unas hierbas altas, y
pretende sorprenderla, pero el tamaño del pastor alemán desvela su
posición; se le pueden ver hasta los pensamientos.
La tortuga se llama
Hugo, pero no tiene ni amigos ni familia, por eso nadie lo sabe.
Tampoco le importa que no sepan su nombre. Desde hace muchos años, para Hugo no existe otra
cosa que subsistir y perseguir caracoles. Según Hugo, los caracoles
son fantasmas que pueden moverse a gran velocidad, desaparecer si se
lo proponen, y desprenden un aroma a plancton que no puede dejar de
perseguir.
¡Raaash! Paul se
abalanzó sobre Hugo, pero la tortuga se introdujo en su caverna
inviolable, desapareciendo a ojos de todos. Paul no esperaba que ese
extraño animal fuera tan poderoso. Su movimiento lento le hacía
parecer torpe, embargo Paul perdió un par de uñas en el ataque,
además de sentir un fuerte dolor en sus dedos.
En un visto y no visto,
Paul ya estaba en el mismo lugar seguro desde donde inició el
ataque. Le caían lágrimas de los ojos, muy abiertos y centrados en
el escudo de la tortuga. No sabía diferenciar si lloraba por orgullo
o por dolor, pero volvería a intentarlo, y antes de salir de allí
habría ejecutado su venganza; le habría dado un zarpazo.
—Eres
muy lenta... ¡Algún día te cogeré!— Rezongó Paul. La tortuga
sacó un poco la cabeza para ver al gato. Las palabras sonaban tan
lejanas que no parecía existir peligro.
—No
eres tan rápido.— Contestó Hugo.
—¿Cómo
te llamas?— Preguntó Paul.
—Da
igual.
—Pues
Daigual, en cuanto menos te lo esperes, te llevarás un zarpazo.
—Tampoco
te queda aquí tanto tiempo.— Respondió Hugo.
—Pero
aún estoy aquí. ¿No deberías temerme? ¿Aunque sólo fuera un
poco?
—No
eres el primer gato que intenta atraparme.
—¿Ninguno
lo consiguió?
—¿Es
que no ves los arañazos que tengo en el lomo?
—Pero
eso es duro, no te duele...
—También
es parte de mí... ¡me atacas! ¿No es suficiente para provocar
dolor?
—¿Y
qué esperas que haga? Estás ahí... y yo aquí. Somos lo que somos.
Tú también me has hecho daño.
—¿Yo?
¿Y por qué?— Preguntó Hugo.
A
Hugo no le sentó bien que le dijeran eso. Sólo comía plantas, nada
que fuera o pudiera ser del reino animal. No creía capaz de hacer
daño a nada, ni tan siquiera a los caracoles que perseguía. De
hecho aún no alcanzó ninguno, pero el día que lo hiciera, tendría
que improvisar, porque no se le ocurrió pensar en qué debía hacer
con ellos. Tal vez hablar, como ahora.
—Me
he abalanzado y tu caparazón me ha roto varias uñas y me ha
lastimado las patas.
—Lo
siento... Pero esas uñas me habría provocado aún mas dolor.
—Yo
sólo quiero tocarte...
—¿De
verdad? ¿No quieres arañarme?— Se extrañó Hugo.
—Bueno...
si te soy sincero, prefiero arañarte,— Paul rió,— pero con
tocarte me basta.
En
realidad Paul pensaba algo muy distinto. Cuando tocaba a alguien,
Paul mostraba su confianza, momentánea y fugaz, que desde la primera vez
le creaba un vínculo. No pensaba arañarle; después de hablar con
él, ni siquiera le apetecía. Hugo, experto en el lenguaje corporal
de los gatos, observó sinceridad y salió del cascarón
sin miedo de Paul.
—¿Cómo
te llamas?— Dijo Hugo.
—Paul.—
Respondió el gato.
—Encantado,
Paul, mi nombre es Hugo. Te dejo que me toques sólo una vez, si
prometes no volver a interrumpirme.— Paul bajó de la rama en la
que estaba recostado sin aceptar. Se acercó sigiloso, y asustó a
Hugo que fue introduciendo sus patas poco a poco.
—Tranquilo,
Hugo. Por mucho que me apetezca, no te haré daño.— Dijo Paul sin
dejar de acercarse, con una sonrisa en la boca.
La
tortuga estiró cabeza y extremidades, y se dejó hacer por el gato,
que aún no había decidido la parte que tocaría. Se paseó por la
cola, que con un movimiento altanero le provocó excitación. Fue por
la parte derecha, saltando por encima de sus patas y llegó a la cabeza.
Se cruzaron las miradas, y algo hizo a Paul temer lo peor cuando
soltó un zarpazo en la cara de Hugo, desgarrándole a pocos
centímetros de los ojos. Paul huyó hasta la rama de nuevo, maullando
aterrorizado. No recordaba comportarse así, nunca, hipócrita, como
un gato.