Carrie está celoso de Paul. Carrie es un perro. Un pastor alemán,
para ser más exactos. Con un tercio de vida cumplido. Pero no sabe
que es un semental capaz de devorar a un hombre, y se cree un gatito
dulce y adorable, y se limpia como los gatos, sube a los árboles
como los gatos, caga como los gatos, juega con bolas como los gatos,
hasta huye como los gatos... ¡Madre mía, si es que se cree un jodido
gato! A Carrie le gusta Desiré, una gatita arisca que tiene los ojos
de un verde muy intenso, de pelo largo y un blanco perla manchado por
un marrón claro en cola y patitas traseras.
Desiré se acercó a Paul cuando llegó, pero Paul la despachó con
tanto encanto que Desiré no fue capaz de sacarle las uñas. Quien se
las intentó sacar fue Carrie, que hizo huir con un ladrido a Paul hasta lo
más alto del árbol. Carrie intentó perseguirle, pero se dio por
satisfecho con la retirada del enemigo. Por desgracia para él,
Desiré también se subió a la copa del limonero atemorizada por el ladrido, donde
Carrie no alcanzaba a subirse. Desiré olió a Paul. Paul se apartó de
ella.
—¿Estás
en celo?— Preguntó Paul.
—No, ¿Por qué me preguntas eso?— Contestó Desiré.
—Me hueles raro...
—Sí... Yo diría que te
quedan dos semanas aquí.
—¿Cómo aquí?
—¿Es que no sabes donde
estás?— Paul no respondió. No entendía que era lo que estaba
pasando. Desde que se despertó, ya no estaba en el salón de casa,
estaba a la intemperie con un montón de desconocidos que le miraban
inquisitivos la mayoría, otros condescendientes, e incluso alguna
mirada lastimera entre los espectadores. —Estás en la perrera. A
mí me quedan cinco días.— Dijo Desiré. Él gato Paul quedó pensando un
rato y antes de dejarse caer sobre la rama de aquel árbol escuchó:
—¿Qué? ¿Pasas mis últimos cinco días conmigo?
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